Washington anunció el 18 de junio que, según las imágenes recogidas por sus satélites espías, Corea del Norte estaría a punto de realizar una prueba de sus misiles de largo alcance Taepodong 2. Pyongyang no ha vuelto a realizar este tipo de pruebas desde la moratoria de 1998 y el anuncio ha reiniciar el debate sobre la posesión por Corea del Norte de armas de plutonio.

La diplomacia estadounidense, rápidamente seguida por sus aliados australianos y japoneses, condenó inmediatamente este lanzamiento anunciado y declaró que presentaría el caso ante el Consejo de Seguridad de la ONU de realizarse la prueba. Los dirigentes pro norteamericanos afirman todos que el Taepodong 2 podría alcanzar la costa oeste de los Estados Unidos (o al meno Alaska), lo que haría la amenaza aún más directa. Sin embargo, el anuncio de Washington no convenció a todo el mundo. Así, el ministro de Defensa surcoreano, Yoon Kwan-ung, declaró al Parlamento de su país que, en su opinión, el lanzamiento del misil «no era inminente». Por su parte, Serguei Ivanov, el ministro ruso de Defensa, calificó de show» la agitación provocada por el anuncio, y este como «especulación» antes de afirmar que Rusia no tenía ningún elemento concreto que permitiera afirmar que se estuviera preparando tal lanzamiento.
Como en 2002, es igualmente difícil hacerse una idea exacta de las acciones precisas de los diferentes actores en este gran juego de póquer que es la confrontación entre Washington y Pyongyang. Sin embargo, la mayor parte de los analistas de la prensa dominante internacional dan crédito a las imputaciones estadounidenses.

El anuncio estadounidense ha despertado bastantes preocupaciones, tanto más cuanto que dos ex altos responsables de la administración Clinton pidieron expresamente a George W. Bush que atacara preventivamente a Corea del Norte de comprobarse que esta última realizaría efectivamente la prueba.
En su edición del 22 de junio, el Washington Post publicó una tribuna firmada por William J. Perry y Ashton B. Carter codirectores del Preventive Defense Project de las universidades de Stanford y Harvard, y, respectivamente, ex secretario de Defensa y asistente del mismo durante la administración Clinton. En la misma llaman a George W. Bush a llevar a cabo «esta difícil opción». Ambos hombres, encargados del expediente norcoreano en el Pentágono cuando la cuestión nuclear se planteó por primera vez en 1994, aseguran que Estados Unidos no puede permitirse el exponerse a un ataque nuclear en su territorio. Por otra parte, ambos autores reclaman que los Estados Unidos den el primer golpe a la rampa de lanzamiento de los misiles. Ambos dirigentes demócratas aseguran que es poco probable que Pyongyang riposte contra Corea del Sur. Esta posición de dos ex altos funcionarios civiles del Pentágono ha sido una sorpresa, pues ambos eran generalmente considerados como “prudentes” y mesurados.
En Los Angeles Times, el redactor de la revista Commentary, Gabriel Schoenfeld, considera que la opinión de Carter y Perry no es pertinente y va a la carga contra ambos demócratas. Considera que la única solución que tienen hoy es lo que no se atrevieron a hacer en 1994 cuando estaban a cargo del tema. Recuerda que en 1995 los dos habían admitido ante el Senado haber preparado un plan de ataque contre Corea del Norte, pero que le habían aconsejado a Clinton no utilizarlo. En 2002, habían declarado que un ataque de esa índole habría provocado miles de víctimas estadounidenses, norcoreanas y millones de refugiados. Sin embargo, para el autor, fue en 1994 cuando Corea del Norte debió haber sido atacada.

Como puede verse, el debate del otro lado del Atlántico no está relacionado con la veracidad de las imputaciones estadounidenses ni con las intenciones atribuidas a los dirigentes norcoreanos, sino con la pertinencia de un ataque preventivo, lo que sería una violación del derecho internacional. Más aún, tal parece que la reacción de Schoenfeld ante el texto de ambos demócratas es su deseo de desacreditarlos ante la campaña de las elecciones de noviembre para le Congreso.
Frente a estas posiciones, es difícil, a pesar de la gravedad de la solicitud y de lo que implican, no ver en las mismas maniobras políticas internas.

Si prestamos atención a la prensa internacional, es sorprendente ver hasta qué punto el anuncio de Washington suscita reacciones que sólo tienen una relación lejana con la cuestión nuclear norcoreana.
Así, la editorialista del Jerusalem Post, Caroline Glick, además investigadora del Center for Security Policy, de Franck Gaffney, utiliza las acciones imputadas a Pyongyang para pedir una movilización militar contra… Irán. La autora considera, distorsionando los hechos, que las crisis iraní y coreana son comparables. Retomando implícitamente el mito del “Eje del Mal”, que asociaba en un mismo pacto secreto antiestadounidense al Irak de Sadam Husein, Irán y Corea del Norte, afirma que Pyonyang y Téhéran son aliados que desarrollan estrategias paralelas tendientes a desestabilizar al «mundo libre» jugando con las tensiones entre Estados «occidentales» y con la actual debilidad del presidente estadounidense. Volviendo al caso que verdaderamente le interesa, el iraní, la editorialista afirma que Israel debe inspirarse de lo que ella analiza como la posición japonesa y surcoreana, y debe tomar medidas de seguridad unilateral contra «el Irán genocida y yihadista».

Por su parte, el editorialista del Korea Herald y jurista coreano, Kim Jong-han, aprovecha la ocasión para lanzar un ataque con todas la de la ley contra Roh Moo-hyun, a quien acusa de haber desviado la política del «rayo de sol» implementada por su antecesor Kim Dae-yung. Asegura que el acercamiento a Corea del Norte debe subordinarse ante todo al mantenimiento de buenas relaciones con los Estados Unidos ya que la política de neutralidad de los dos países es considerada por el autor como una grave afrenta a la tradicional alianza entre Seúl y Washington. En resumen, el autor considera que Corea del Sur debe, por su propio bien, continuar como vasallo de Estados Unidos, vínculo que de hecho mantiene.

Estas reacciones reflejan ante todo las posiciones políticas de los diferentes analistas.
Así, no sorprende que el británico Gwynne Dyer escriba en The Age que este asunto provoca mucho ruido por nada y que la «crisis» es ante todo producto del juego de los diferentes actores: Corea del Norte desea ante todo un reinicio de las negociaciones, pues necesita desesperadamente un acuerdo sobre su suministro de alimentos y energía, Estados Unidos utiliza el tema de la prueba balística para reiniciar el debate interno sobre su viejo fantasma del escudo antimisiles y el gobierno japonés reactiva el debate sobre las cláusulas pacifistas de su constitución que quisiera ver suprimidas. En resumen, todo el mundo trata de intimidar, y Corea del Norte no utilizará jamás sus misiles.
En The Australian, Ian Bremmer, presidente del Eurasia Group y miembro del World Policy Institute, no está lejos de compartir esta opinión. Considera así que está claro que esta acción no es más que el fruto de la voluntad norcoreana de obtener negociaciones directas con los Estados Unidos, por lo tanto no hay de qué preocuparse. Por el contrario, se muestra bastante pesimista sobre la posibilidad de una evolución de las relaciones, por lo tan inflexibles que parecen las partes en cuanto a sus posiciones.