Baste recordar el interrogatorio del juez Guzmán, quien no pudo juzgarlo finalmente por una serie de crímenes que comprobó, cometidos en la llamada Caravana de la Muerte en 1973. Ante la pregunta de si había ordenado los crímenes el ex dictador respondió: "Como ya lo dije, los encargados de agilizar los procesos (apurar las muertes) eran los comandantes de las respectivas guarniciones".

El juez vuelve a insistir "¿Dio órdenes de que se fusilara a gente durante el viaje del general Arellano (Stark) y su comitiva por diversas ciudades del país en el año 1973?".

El dictador respondió: "En realidad de que hoy me acuerde de todo, es imposible. Yo, en ningún momento ordené fusilamientos de nadie. Había una orden de la junta de gobierno, en que solamente en caso de defensa propia se podía abrir fuego".

Insiste el juez: ¿En algún momento, dio órdenes en el sentido de que no se entregaran los cuerpos de personas fallecidas en aquella ocasión a sus familiares?".

La respuesta del ex dictador vuelve a ser huidiza “Si ello ocurrió, la razón estaba en que muchas veces los cuerpos de las personas fallecidas eran retirados por sus propios familiares y, en otros casos, como se trataba de terroristas y esos se encontraban indocumentados, era difícil su identificación y nadie sabía dónde quedaban los cuerpos porque nadie los reclamaba".

Guzmán vuelve a repreguntar “Según su punto de vista ¿por qué se produjeron esos excesos? ¿Por qué no se entregaron muchos cuerpos?".

”Respecto de lo primero, eso no lo sé. Respecto de lo segundo, ya lo respondí", dijo lacónicamente el ex dictador dejando la responsabilidad sobre sus hombres más cercanos.

En el marco de la Operación Cóndor, él fue el hombre clave elegido por Washington como está documentando en estos momentos y quiso demostrar que era “imprescindible” para Estados Unidos. Fue convocante definido de las reuniones que derivaron en el pacto de la muerte, cuando ya había actuado conjuntamente con su amigo, el dictador paraguayo Alfredo Stroessner.

Así recibió el apoyo de grupos de seguridad de Argentina, para matar a Carlos Prats y a su esposa y a otros chilenos y también de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y después admirativamente de la junta militar de la dictadura de Jorge Rafael Videla y sus compañeros. Pero luego cuando estuvieron a punto de enfrentarse a por el conflicto fronterizo del Canal de Beagle, había incluso planeado (1978) con todos sus espías, la posibilidad de envenenar las aguas para paralizar Buenos Aires.

En 1982 cuando el dictador Leopoldo Fortunato Galtieri ordenó la “recuperación” de las islas Malvinas ocupadas colonialmente por Inglaterra, Pinochet no tuvo dudas. Fue clave su ayuda a Gran Bretaña conjuntamente con Estados Unidos, cuando la armada inglesa actuó contra Argentina.

Esto se supo abiertamente cuando en esas extrañas circunstancias de la vida el 16 de octubre de 1998, el ex dictador quedaba bajo arresto domiciliario en Londres, en manos de Scotland Yard a pedido de la Justicia Española. En más de un año en su prisión -casa de lujo-, la ex premier británica Margaret Thatcher -la implacable- lo defendió y visitó agradeciéndole su apoyo en la Guerra de Las Malvinas. ¿Qué habrán dicho y que dirán aquellos militares argentinos con los que intercambió prisioneros y atentados, secuestros, asesinatos y torturas en común?

En la cancillería de Paraguay pudimos ver junto a Martín Almada, en las investigaciones de Cóndor una carta del dictador a su amigo Stroessner donde le advertía que no se involucrara con los argentinos en lo de la Guerra de Las Malvinas, cosa que el tirano paraguayo cumplió con ciertos disimulos.

¿Y el químico loco, el ingeniero Eugenio Berríos, el mismo que logró recrear el Gas Sarín para asesinar opositores y también al diplomático español Carmelo Soria en la casa de la muerte de Michael Towley, el agente de la policía política pinochetista DINA y de la CIA, que hasta hoy lo protege?.

¿Habría imaginado en los años 90 su propio fin en Uruguay, cuando disfrutaba del poder en aquellos días del esplendor de la muerte y participaba del interrogatorio y tortura a Soria, detenido por orden de Pinochet el 14 de julio de 1976? A ese mismo Soria al que le rompieron las costillas a golpes y al que le dieron de beber el famoso Gas Sarín, como prueba de ese poder criminal y perverso.

Berríos había servido muy bien al dictador, pero cuando ebrio de impunidad a principios de los 90 -manejando los mismos negocios sucios de narcotráfico que enriquecían a la DINA- comenzaba a hablar demasiado, se lo llevaron con la complicidad de los viejos cóndores de la región a Uruguay (1992).

Allí un día intentó escapar cuando se dio cuenta que no estaba “cuidado” sino secuestrado, en plena “democracia” y en ese mismo momento buscó refugio en una comisaría uruguaya. Entonces aparecieron militares uruguayos -juzgados en estos tiempos en Chile- y se lo llevaron para aparecer un tiempo después, con señales de terribles torturas arrebatado por el mar de su entierro en una playa de Uruguay.

Así pagaba Pinochet sus cuentas y así lo entendió en algún momento el general Manuel Contreras, el jefe de la DINA, que finalmente fue preso, aunque con muchas comodidades. El mismo Contreras que no quiso ser el “chivo expiatorio” y señaló a Washington, a la CIA, a los cubanos de Miami, los más allegados cómplices y activos operadores en casi todos los crímenes de Cóndor.

Y también a Pinochet, como hace poco tiempo fue claro, cuando ya aparecían claramente especificados los dineros malhabidos del dictador, amparado por los grandes bancos del mundo. La historia de las traiciones es tan larga como la de crímenes.

# Agencia Periodística del Mercosur (Argentina)